Mecagüen Pepito Grillo...

jueves, 30 de julio de 2009

Hoy en el trabajo ha vuelto a surgir la conversación de lo que supone ser honrado hoy en día. Y de lo que supone tener conciencia en un mundo como el que vivimos. Charla de café con dos personas que han vivido unos cuantos años más que yo (y por lo tanto con bastante más experiencia en asuntos de la vida) e idénticas conclusiones. Curioso. Parece que, al menos en lo que a este asunto supone, ya he aprendido todo lo que tenía que aprender.
A saber:
A pesar de que a priori podría considerarse la honradez como una virtud, en el mundo en que nos ha tocado vivir, éste que nos castiga cada día a unos cuantos por ser como somos, la honradez no es sino una tara, una discapacidad, un defecto al fin y al cabo.

Muchos partimos con enorme desventaja frente a aquellos que no dudan en torcer la verdad, en aprovecharse de los resquicios que deja la ley o la norma, en hacer uso de la picaresca. Son ellos los que tienen la sartén por el mango, porque no dudan, no cuentan con un pepito grillo de los cojones que les diga: "no, eso no está bien", "¿te gustaría que te lo hiciesen a ti?"... Puto Pepito Grillo.
Y ahí es donde entra la conciencia. Ésta no puede ser considerada más que como una rémora, un lastre. Es ella (o él) la que no te deja dormir por las noches si no has actuado honradamente. Es la ausencia de ella la que permite actuar a algunos sin el corsé de la honradez, la que les permite
descansar por la noche y alcanzar metas de manera más efectiva.

Imaginaos a dos ratones en un laberinto que quieren llegar al centro para comerse el trozo de queso. El ratón A con el Pepito Grillo tocándole los cojoncillos y el ratón B sin ese puto grillo en su cabeza. El ratón A buscará los giros adecuados, adivinará dónde torcer, se equivocará a veces y finalmente llegará al centro... para ver que el queso no está. Se fué. Finito. Kaput
En su lugar se encuentra al ratón B que ha ido escalando y rompiendo las paredes, siguiendo la línea recta que unía el punto de salida con el centro, y que se ha zampado el queso de dos bocados y ahora le espera repanchingado para reírse en su puta cara. ¿Y por qué ha podido el ratón B comerse el queso sin respetar las reglas establecidas? Pues o porque éstas no existen o porque no hay nadie vigilando que éstas se observen. En ese momento el científico que puso en marcha el experimento, estaba mirando para otro lado o tomándose un café en el bar de la esquina. Sí, ya sé que no siempre es así. Que a veces vigila el experimento un científico diligente, todavía no curado de espanto, que evita que el ratón B campe a sus anchas. O incluso a veces el ratón B se rompe sus uñitas o sus dientecillos royendo las paredes del labertinto ... Pero reconozcámoslo, son las menos de las veces. Y sobre todo en esta nuestra querida España, donde el tramposo, el pícaro, las triquiñuelas y atajos están tan bien considerados (o al menos tan poco mal vistos). Y luego nos quejamos de tener lo que tenemos en la clase política, en la sindical o en la empresarial. Hay que joderse... Todos ellos no son más que una fiel representación de la mayoría de gente que nos rodea.
Y si no te gusta, o te jodes (las más de las veces), o te adaptas (matando al puto grillo) o te piras a Finlandia y te olvidas del sol.

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