Rutinas

viernes, 31 de julio de 2009

Llego a casa después de un día muy tocapelotas.
Mi jefa ha vuelto a despreciar mi trabajo, el metro ha vuelto a estropearse durante 15 minutos en Avda América y otra niña en apariencia sincera (a mi siempre me lo parecen) me ha vuelto a timar un euro porque "sehaolvidaoeldineroytienequecogerelmetropairanoseonde".
Cierro la puerta tras de mi. Me quito los zapatos en el descansillo, los dejo en el zapatero y me pongo las zapatillas de estar en casa.

Me dirijo al cuarto de baño, donde me lavo las manos y la cara.
Voy a mi habitación donde me quito la camisa, los pantalones y los echo al cesto de la ropa sucia. A través del hueco de ventana que deja la persiana a media altura, mis ojos se cruzan con los de la vecina de enfrente, igual de ajada que ayer, pero quizás no tan mayor como aparenta, apoyada en el alfeizar pendiente de los quehaceres del vecindario. Tanto ella como yo nos hemos acostumbrado al ritual. Yo la veo escrutar y ella me ve en calzoncillos durante 20 segundos cada día. Tras bajar el estor y poner fin a nuestro contacto diario, cojo de la percha mis pantalones cortos y mi camiseta sin mangas. Me los pongo.
Me dirijo a la cocina, abro el frigorífico y saco una botella de agua fría. Me lleno un vaso grande de agua y me lo bebo de un solo trago. Tan fría que la cabeza duele. Pero es que no soporto el agua del tiempo. Me encanta notar como el agua fría se desliza por mi garganta hasta mi estomago. Cojo un par rebanadas de pan de molde, saco un par de lonchas de jamón york y otras tantas de queso del frigorífico y me hago un sandwich rápido. Lo acompaño con un tomate crudo con sal y unos pepinillos en vinagre. Decido que, hoy sí, comeré también unas patatas fritas de bolsa. Otro día más sin poder dedicarle mucho más tiempo a hacerme una cena en condiciones. La dejaré para el fin de semana.
Pongo la cena sobre la bandeja de plástico y me dirijo al salón. Deposito la bandeja en la mesa baja frente a la televisión y me siento en el sofá. En la oscuridad cierro los ojos durante unos segundos. Disfruto brevemente de la oscuridad y el silencio que se romperá en cuanto pulse cualquier botón del mando a distancia. Repaso brevemente lo realizado en el día. No me lleva más de 20 segundos. Pulso el botón 1 del mando a distancia.

- "...nosotros volvemos mañana a las nueve con más noticias, seguramente algunas buenas..."

- ¡Joder Lorenzo! ¡Siempre con la misma cantinela! ¿Cuánto tiempo llevo escuchándote lo mismo, esperando que al menos un día sea verdad?

- Perdona Ralf, pero no hago más que leer el Autocue. Ya sabes que yo no escribo lo que digo. Las quejas a la ventanilla 3.

- No, si al final tendré que pasarme para reclamar, porque es que no hay derecho. Pero con las colas que se montan, cualquiera va a perder ahí unas cuántas horas..., y ahora no estoy para pedir permisos en el trabajo. Estaba pensando en dejarlo para Agosto, cuando coja vacaciones.

- Lo siento Ralf, pero en Agosto cierran por vacaciones. Ellos también tienen derecho, digo yo.

- Joooooooder. Suerte la mia... No, si derecho seguro que tienen, pero es que ¿qué carajo hago yo entonces?

- ¿De verdad que no puedes pedir un día de permiso en tu trabajo?

- Tú no conoces a mi jefa...

- Pues entonces, supongo que no te queda otra que seguir aguantando Ralf y confiar en que algún día llegue esa buena noticia. Ya sabes que si por mi fuera...

- Bueno, no te preocupes Lorenzo. Bastante haces tú plantándote ahí día tras día para soltar todo el rollo... Venga, vamos a dejarlo que tengo que cambiar a la Sexta a ver qué se cuenta el Wyoming. Gracias por la charleta. Hasta mañana

- De nada Ralf. Nos vemos.

Cambio a la Sexta. Anuncios.
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Mecagüen Pepito Grillo...

jueves, 30 de julio de 2009

Hoy en el trabajo ha vuelto a surgir la conversación de lo que supone ser honrado hoy en día. Y de lo que supone tener conciencia en un mundo como el que vivimos. Charla de café con dos personas que han vivido unos cuantos años más que yo (y por lo tanto con bastante más experiencia en asuntos de la vida) e idénticas conclusiones. Curioso. Parece que, al menos en lo que a este asunto supone, ya he aprendido todo lo que tenía que aprender.
A saber:
A pesar de que a priori podría considerarse la honradez como una virtud, en el mundo en que nos ha tocado vivir, éste que nos castiga cada día a unos cuantos por ser como somos, la honradez no es sino una tara, una discapacidad, un defecto al fin y al cabo.

Muchos partimos con enorme desventaja frente a aquellos que no dudan en torcer la verdad, en aprovecharse de los resquicios que deja la ley o la norma, en hacer uso de la picaresca. Son ellos los que tienen la sartén por el mango, porque no dudan, no cuentan con un pepito grillo de los cojones que les diga: "no, eso no está bien", "¿te gustaría que te lo hiciesen a ti?"... Puto Pepito Grillo.
Y ahí es donde entra la conciencia. Ésta no puede ser considerada más que como una rémora, un lastre. Es ella (o él) la que no te deja dormir por las noches si no has actuado honradamente. Es la ausencia de ella la que permite actuar a algunos sin el corsé de la honradez, la que les permite
descansar por la noche y alcanzar metas de manera más efectiva.

Imaginaos a dos ratones en un laberinto que quieren llegar al centro para comerse el trozo de queso. El ratón A con el Pepito Grillo tocándole los cojoncillos y el ratón B sin ese puto grillo en su cabeza. El ratón A buscará los giros adecuados, adivinará dónde torcer, se equivocará a veces y finalmente llegará al centro... para ver que el queso no está. Se fué. Finito. Kaput
En su lugar se encuentra al ratón B que ha ido escalando y rompiendo las paredes, siguiendo la línea recta que unía el punto de salida con el centro, y que se ha zampado el queso de dos bocados y ahora le espera repanchingado para reírse en su puta cara. ¿Y por qué ha podido el ratón B comerse el queso sin respetar las reglas establecidas? Pues o porque éstas no existen o porque no hay nadie vigilando que éstas se observen. En ese momento el científico que puso en marcha el experimento, estaba mirando para otro lado o tomándose un café en el bar de la esquina. Sí, ya sé que no siempre es así. Que a veces vigila el experimento un científico diligente, todavía no curado de espanto, que evita que el ratón B campe a sus anchas. O incluso a veces el ratón B se rompe sus uñitas o sus dientecillos royendo las paredes del labertinto ... Pero reconozcámoslo, son las menos de las veces. Y sobre todo en esta nuestra querida España, donde el tramposo, el pícaro, las triquiñuelas y atajos están tan bien considerados (o al menos tan poco mal vistos). Y luego nos quejamos de tener lo que tenemos en la clase política, en la sindical o en la empresarial. Hay que joderse... Todos ellos no son más que una fiel representación de la mayoría de gente que nos rodea.
Y si no te gusta, o te jodes (las más de las veces), o te adaptas (matando al puto grillo) o te piras a Finlandia y te olvidas del sol.
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R y los semáforos

miércoles, 29 de julio de 2009

Podríamos considerar a R un niño muy normal excepto por una pequeña cosa: estaba convencido de ser capaz de controlar los semáforos con su mente.
Mira que podía haberle tocado cualquier otro superpoder: volar, teletransporte, superfuerza ... Pues mira tú, nada de eso. Controlar a voluntad cuándo un semáforo cambiaba su color de rojo a verde o de verde a ambar y luego a rojo, era lo que creía que le había tocado en suerte.

En ocasiones le asaltaban ciertas dudas de que no fuesen más que casualidades, pero pronto esas dudas se diluían en el alto índice de aciertos:

- Bueno. Es verdad que a veces me cuesta un poco más conseguir que el semáforo cambie, pero, ¿y todas las demás veces que acierto a la primera? Eso no puede ser sólo suerte...

R no era tonto y a sus casi 9 años sabía que lo mejor era guardar el secreto. Tiempo atrás había mencionado a sus papás tan extraña habilidad, pero éstos habían dejado clarito que no le creían en absoluto y cualquier intento de demostrárselo había terminado con una buena bronca.

- Sí, vale, bueno. Una cosa es un amigo invisible y otra cosa es que tu hijo se crea que tiene super-poderes. Hasta ahi podíamos llegar. Se empieza por creerse que cambia los semáforos de color y se termina por saltar desde la ventana para demostrar que sabe volar.

A pesar de ello, era bien extraño que cada vez que su mamá le llevaba al colegio en coche, y enfilaban la larga avenida, pillase casualmente todos los semáforos en rojo si el niño se había levantado remolón, o en verde si se estaba ansioso por llegar a clase para ver a C o a S.

- Tonterías. Imaginaciones mias. Ya se sabe, con los niños no hay que flaquear ni un instante, que se te suben a las barabas en menos que canta un gallo.

Todo esto hasta el día del noveno cumpleaños de R.

Ese día, la mamá de R se negó en redondo a comprar la tarta de chocolate que insistentemente pedía R. ¿Razones para negarse tan rotundamente a algo tan tonto?

- Pues mira. Este niño no puede acostumbrarse siempre a conseguir lo que le dé la gana. Si algo me enseño su abuelo, es que el niño que lo tiene todo, no aprecia nada. Y además, qué narices, el chocolate es malo para los dientes y ya nos ha dicho el dentista que menos azucares o más caries.

Pero todo eso a R le daba igual. Él quería esa tarta de chocolate. La misma que probó en el cumpleaños de C y a la que sus padres no sólo no se negaron, sino que acompañaron con un MadelMan submarinista, una torre de control y un barco pirata de los clic de playmobil. ¿Y a él? ¿Qué le habían regalado sus padres en su noveno cumpleaños?

- Menuda mierda. Un juego de QuimiCefa. Y yo les había pedido una bici nueva más grande para no quedarme atrás cuando salgo con mis amigos.

- Ya bueno, pero es que el niño no sabe todavía lo que es mejor para él. Si empieza a jugar con el QuimiCefa y le coge gustillo al asunto, podría llegar a ser tan buen químico como su padre e incluso podría llegar a colocarle en la empresa una vez terminase sus estudios. Y si no siempre podría quedarse con la Farmacia del abuelo... Si lo del tenis no cuajó porque al niño no le gusta, al menos que tenga el futuro asegurado.

El caso es que ahí estaban el día del cumpleaños. La mamá de R al volante, parados en el semáforo del cruce y R en la parte de atrás, echando humo por las orejas. Estaba tan tan enfadado, que lo único que pensó al ver a su madre mirando atentamente hacia arriba a su semáforo para acelerar y salir la primera, y al ver después venir al autobús a toda velocidad por su derecha aproximándose al cruce, fue en el color verde. Y entonces: clic.

El día de su noveno cumpleaños fue el último día en que la mamá de R negó algo a su hijo. Desde entonces, todo ha sido coser y cantar...
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Crisis? What (type of) crisis?

martes, 28 de julio de 2009

Pero, ¿de qué coño va esto? ¿De la tan manida Crisis Económica? Pues no no no. Cansado estoy de oir hablar (gruñir, balar, ladrar...) de esa crisis inventada por unos pocos para que la suframos otros tantos. No estoy hablando de eso. Al fin y al cabo de esa financiera nos recuperaremos más pronto que tarde (o más tarde que pronto según a quién preguntes). Hablo de otra crisis, de aquella que provocó esa otra. De una de la que es mucho más díficil recuperarse porque no es un deterioro, no es un proceso degenerativo, no es un venir de allí para llegar hasta aquí. Es algo intrínseco al ser humano, inherente a su naturaleza. Algo que siempre ha estado ahí. Crisis de valores. Crisis moral. Crisis de generosidad, de pensar más en las repercusiones que tienen nuestros actos en los demás. Crisis de búsqueda de un bien común sobre el bien particular.

En general el ser humano es EGOÍSTA. Y cuando digo en general, tanto hablo del global de una sola vida (pocos instantes quedan para ser generoso, y no con cualquiera), como de la gran (inmensísima) mayoría de nuestros congeneres (pocos individuos quedan altruistas, y cada vez menos). Ese egoísmo, es el que nos ha llevado a donde estamos.
Unas (pocas) veces, ese egoísmo tiene consecuencias beneficiosas para el bien común. Las ansias de reconocimiento, de ser el mejor en algún campo, pueden generar logros que mejoren la vida del resto (transplante de corazón, vacunas, etc.). Pero otras (muchas) veces, ese egoísmo deviene simplemente en un "quítate tú pa ponerme yo", o en un "si hace falta pisar pa subir, se pisa", o en un "quiero más pasta gansa con un coste mínimo, y si la peña se hunde por el camino, me la pela bastante".
Flipo en colores cuando leo teorías como la del egoísmo moral (http://es.wikipedia.org/wiki/Ego%C3%ADsmo_moral). El colmo del cinismo vaya. El liberalismo económico llevado a la moral. Pues bueno, cosas como esas nos llevan a que (de más a menos) hoy en día el mundo sea "tan justo", las diferencias entre los que más tienen y los que menos sean las que son, que no se vea del todo mal que los que mandan "pongan el cazo porque yo en su lugar también lo haría", que cada vez nos importe menos que nuestro vecino pise la mierda de nuestro perro porque "ay, que asco recogerla toda calentita"... Todo en su justa medida, pero por algo se empieza.
Hasta los mismisimos estoy de tanta historia de este palo. Hasta los mismisimos de no ser capaz de inmunizarme ante actitudes de ese tipo, o de no ser capaz de dejarme llevar por la corriente sin oponer resistencia. Hasta los mismisimos de que la gente me diga que o blanco o negro, que nada de grises. Que todos los egoísmos son iguales y te retratan del mismo modo. Que de perdidos al río y da igual robar tres que tres millones, o que da igual colarte en una fila que quedarte con el contenido de un bolso que te has encontrado tirado en la calle. De todas esas excusas, de la cada vez menos educación en valores que se da a las nuevas generaciones.
Y todo irá a peor hasta que el péndulo llegue al extremo. Y luego nos tocará quejarnos de lo contrario. Hay que ver...
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Bautizando...


Un Buen momento como el que vivo en el plano personal, es un Mal momento para empezar este reflexionario, tal y como tenía intención de hacerlo. Pero, qué diablos, es un momento al fin y al cabo. Y eso es lo que cuenta. Si no empiezo ahora, quizás vuelva a abandonarlo en la gasolinera, como tantas otras cosas...

Mucho tiempo llevo dándole vueltas a cómo volver a expresar, a cómo dar rienda suelta a mis opiniones acerca de lo que me rodea, a mis sentimientos, a mis vómitos y a mis cagadas. Y bueno, un Blog puede ser lo más parecido al cuaderno de tapas rojas que utilizaba hace veinte años para volcar todo ese jardín/estercolero que surgía de mis entrañas.
Pues dale.
¿Intenciones? Pufff. Ni pajolera idea. Supongo que un mucho de desahogo y un poco de rellenar tiempo libre. Y si de paso, dentro de unos años, releo lo escrito y percibo que no he parado de descreer desde hoy hasta entonces (tendencia sostenida, se permiten altibajos), sabré que el pozo es todavía más profundo y que tenemos caída para rato...




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